03 de novembre 2007

El perdón inútil




Agosto, en plena canícula.

Me encontraba paseando indolente y aburrida por el paseo marítimo de un pueblo anodino con una playa sin relieves. Había poca gente, y además gritaba. Casi todas las tiendas estaban cerradas y las que estaban abiertas mostraban ropas y cachivaches útiles solo para regalar a quien no apreciamos.

Me paré ante la puerta de una librería; ni siquiera eso, era una papelería con la mercancía amontonada sin orden aparente. No obstante, en un lateral de la entrada, había una colección de viejas glorias -más bien, no tan glorias- de la literatura que tomaban el sol de media tarde, requemándose apretujadas en un cajón y ordenadas casi en formación militar. Escarbé por si había algo aprovechable entre todo aquel batiburrillo y allí lo encontré. Un pequeño libro de 185 páginas: "UNA PASIÓN PROHIBIDA", de la uruguaya Cristina Peri Rossi. Yo no sabía nada de la autora pero el título me pareció sugerente y removió en mi interior un gusanillo erótico-morboso; eso de la pasión y el hecho de estar prohibida, aún más. De entre todos, éste era de los caros: 2€. Sí, sí, ¡dos euros! Fuese el que fuese el contenido, como tampoco me iba a arruinar, lo compré.

Esperé hasta la noche, en la soledad de la habitación del hotelito en el que me alojaba, para dejar volar mi imaginación con ensoñaciones a través de la lectura. Era un libro de cuentos para adultos, sí, pero ya en la primera historia me di cuenta de que la cosa no iba por donde yo había pensado y tuve cierta decepción. No estaba para argumentos que me calentaran la cabeza. Me sentía plácidamente aletargada y deseaba continuar de aquel modo, de manera que, a regañadientes, lo aparqué.


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Hace cosa de un mes lo he retomado con renovado interés. Cinco días me tomó su lectura. Hay quien lo habría leído en dos o en uno, pero yo soy lenta quizás porque me gusta aprehender lo que se dice en los libros que me interesan; subrayar con lápiz lo que me emociona, poner una flecha a lo más importante, doblar un poquito por arriba o por abajo la esquina de la página en donde se encuentra el párrafo que me ha iluminado… todo eso y, claro, tardo más que la mayoría de la gente en terminarlos.

Resultó ser un libro delicioso, una pequeña joya muy bien escrita a mi parecer. El título no sé qué pinta en relación al contenido ni a quién se le ocurriría, pero las historias (unas más que otras, naturalmente), la forma de narrar, la riqueza del vocabulario, la brevedad tan bien condensada me dejaron gratamente sorprendida.

Pero de entre todas ellas una me llamó particularmente la atención: "Una lección moral" (total, dos páginas y media). Una perla:

Sintetizando:  La (o el) protagonista del cuento venía a decir que una gran lección había consistido en comprender que no debía perdonar a sus enemigos aunque no hubieran conseguido destruirla todavía. Ella (o él) no adulaba a nadie, y eso provocaba el rencor de quienes querían sentirse halagados; ella (o él) se resistía a competir por el beneficio, la fama o el poder, y con ello, privaba a los demás de oportunidades de vencerla. Si ella (o él) se hubiera dignado reconocer la hostilidad de los sentimientos de sus enemigos, o el daño recibido, ellos habrían tenido la posibilidad de mostrarse magnánimos, generosos y hasta arrepentidos; posiblemente no la habrían atacado más. Reconocer que la agresión había sido poco efectiva lesionaba la vanidad de sus atacantes y les disminuía la autoestima. Su resistencia (la de ella, o de él) a defenderse les creaba un sentimiento de culpa y el hecho de que continuara brindándoles amistad les parecía a sus enemigos una prueba inequívoca de soberbia, ya que el hecho de perdonarlos, si éstos no desean ser perdonados, es una afrenta que constituye una violación al deseo íntimo del ofensor. Además, les negaba la posibilidad de un auténtico arrepentimiento, pues si resultaba que no habían cometido ninguna falta (contra ella, o él), en lugar de pedirle perdón, debían repetir su agresión.

Los enemigos deben reconocerse entre sí, afirma, y no le falta razón. Y es que bien mirado ¿qué pasa si mi enemigo nunca llega a sentirse magnánimo, si nunca se arrepiente? ¿De qué sirve perdonar a alguien que va a continuar agrediéndome, que su objetivo, su fin último es destruirme o someterme? El simple hecho de ser uno como es puede provocar envidia u hostilidad a otro, lo cual no tiene solución, ya que la naturaleza de uno no se puede cambiar, de modo que la agresión se perpetuará por mucho esfuerzo que este uno haga por poner buena cara o por justificarse.


Me quito el sombrero ante la finura de los argumentos. Siempre pensando que debemos perdonar (que nos ha inculcado la moral católica); yo esforzándome, sintiéndome cuplable por la dificultad que a menudo esto me supone y ahora alguien me dice que es al contrario, que el perdón es contraproducente. En definitiva, que el perdón es inútil.

Acabo de descubrir a alguien, completamente desconocido para mí, que ha puesto palabras a un sentimiento que yo ya tenía, sin saberlo. De verdad que es un gran alivio.

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